6.El espejo infinito
“… en una sociedad de concentración industrial y urbana, de densidad y promiscuidad mucho mayores, como la nuestra, la exigencia de diferenciación crece aun más rápidamente que la productividad material. (…) cuando la comunicación se vuelve total, las “necesidades” crecen según una asíntota vertical, no por apetito, sino por competencia”
Jean Baudrillard, “La sociedad del consumo” 1970
Hace una semana, en el gimnasio, me asaltó un pensamiento: ¿Qué llevaría a un hombre joven, fuerte y con una potencia física envidiable, a consumir anabolizantes a sabiendas del perjuicio que ello le supone?. Inmediatamente recordé la noticia que se repite cada cierto tiempo: “El consumo de anabolizantes aumenta, especialmente entre los jóvenes“. Es decir, los individuos jóvenes, los que disponen de mayor capacidad fisiológica para hipertrofiar, son los más sensibles al fenómeno que trato de investigar en este texto. ¿Les empuja un ideal estético? En caso de ser así, ¿por qué en los años 80-90, cuando el cine de acción estaba lleno de culturistas, no hubo un consumo normalizado similar al actual?. Mi primera impresión es que la capacidad de penetración fue insuficiente para llegar al mainstream. ¿Por qué no penetró? Asumo que todavía se disponían de ciertos cortafuegos. Los cuerpos grandes y musculosos servían de ilusión de poder, pero se entendían como cuerpos insanos(1) y, por tanto, la masa los percibía como antiestéticos y antinaturales. Eran la demostración de los límites de un cuerpo funcional, una especie de frontera que nadie que quisiera conocer a sus nietos pretendería rebasar. Actualmente, en el cine y series, seguimos viendo cuerpos imposibles que normalizan un ideal estético inalcanzable… pero menos grandes y, engañosamente, más alcanzables. Además, los culturistas ya no son “el loco del pueblo”, ahora son influencers que muestran su camino de elevación hacia un cuerpo más allá de la fisiología. Este camino, en general, está pavimentado por una rumiación del “no pain no gain” y la necesidad de aumentar volumen sea como sea. Pero… ¿es suficiente con que un par de influencers publiciten sus cuerpos y rutinas?. No debería, ya que se ha establecido una resistencia con una relevancia en redes nada desdeñable. Existen ejemplos contrarios, varones que reconocen consumir anabolizantes, que informan de todos los daños producidos en su cuerpo por consumo de estas sustancias. La labor de divulgación(2) que hacen es más que suficiente para echar atrás a cualquier persona que no pretenda ganarse la vida como culturista. Es demoledor ver a un gigante luchando por respirar en reposo, pero este impacto se revela ineficaz ante la realidad de los hechos. En síntesis, vemos que aumenta el consumo de anabolizantes a pesar del fácil acceso a información que muestra sus consecuencias a corto, medio y largo plazo. Este consumo no es con intención de competir, al menos a priori, en ningún concurso concreto. Es un consumo normal, casi banal, sin intención más allá de la autorrealización, que nunca llega. Y creo que aquí está la clave: ¿Cuándo finaliza este proceso de autorrealización corporal? ¿Cuándo se es suficientemente grande? ¿En que momento se ha normalizado el objetivo de tener un cuerpo que muestra, de forma evidente, una manipulación farmacológica? A partir de aquí necesitaré la ayuda de dos conceptos: la diferenciación y la conveniencia.
En 1970 Jean Baudrillard publica “La sociedad de consumo”. El texto pretende responder a la pregunta: ¿Cómo en una sociedad de abundancia material se llega a un estado de insatisfacción continuamente creciente?. Según la visión económica clásica a mayor producción, más satisfecho estaría el individuo. El mercado se inundaría de bienes y, por fuerza, más personas tendrán acceso a dichos objetos. Suponiendo esto, las necesidades serían satisfechas cuando la producción igualara a la necesidad y dejaría de ser necesario un aumento infinito de la producción. La realidad niega esta hipótesis. Los países más prósperos no tienen indicadores de satisfacción crecientes y, en muchos caso, la sociedad vive en un continuo estado de necesidad y pobreza relativa. No dejamos de aumentar la velocidad de producción, la economía no deja de crecer y, aun así, la satisfacción está estancada o decrece. La tesis de Baudrillard propone que con el aumento de bienes en el mercado, la lógica de la necesidad desapareció y dejó paso a una lógica de la diferenciación, que es la que pasa a dirigir la producción y la satisfacción del individuo(3). En un contexto de abundancia, la producción material rebasa la necesidad social, pasa a crear objetos de diferenciación entre los individuos y esta lógica, por ser relativa, no tiene fin. Cuando el mercado se satura de un objeto y todo el cuerpo social tiene acceso a él, deja de tener valor diferencial y se convierte en necesaria la producción de un nuevo objeto que permita restablecer la diferenciación de los actores sociales, reiniciando así el ciclo donde unos pocos tienen acceso a la novedad y unos muchos tienen la nueva necesidad de dicho bien. Así la percepción de necesidad nunca desaparece, cuando se colma la necesidad inicial, aparece una segunda o una tercera o infinitas más. Es una carrera infinita en la que por más rapido que corras, la meta no se acerca. Volviendo al tema que nos ocupa, es un hecho que el imaginario colectivo contiene el prejuicio de que ir al gimnasio es necesario para una buena salud. Raro es el caso en que una persona no esgrime dicho argumento para justificar las horas que le echa al levantamiento de pesos. Pero, ¿que problemas de salud tiene un/una joven sano/a y musculado sin un entrenamiento intensivo?. Aquí se pone de relieve el enmascaramiento de una lógica de la diferenciación con el pretexto de una necesidad, que es la salud. Creo que este es el primer paso que explica el fenómeno, confundir un valor diferencial (musculación) con un valor de necesidad (salud, bienestar, autoestima). Desde este enfoque, analicemos el culto al cuerpo dopado. En un “mercado del cuerpo” no existe una lógica de la necesidad pues la salud física no es alcanzable solo a través de echarle horas al gimnasio. El grado de musculatura necesaria para una buena salud se alcanza con poco esfuerzo y en relativamente pocas sesiones. Aquí rebasamos la satisfacción de la necesidad y pasamos a una lógica de la diferenciación. El cuerpo se convierte en un valor que depende de su diferencia con el resto. Si, además, se identifica al cuerpo como parte del valor global del individuo ante la sociedad, esta economía comenzará a acelerar por simple competición e instinto de supervivencia. En este contexto, la “inflación de los cuerpos” opera de manera análoga a la inflación monetaria. Se entiende como un capital y cada nuevo kilo de masa magra se percibe como una merecida mejora en el estatus social. Asimismo, la ganancia global devalúa el valor diferencial y así, el individuo, se ve forzado a proteger su estatus produciendo un kilo más. Un cuerpo de culturista del siglo XIX (véase a Ramón y Cajal) ahora no llega a ser diferencial y, por tanto, tiene un valor de mercado insuficiente(4). Esta devaluación de la “moneda corporal” tiene su motor en las redes sociales y sus algoritmos de recomendación de contenido, formando así el órgano de comparación y diferenciación social necesario para mantener al mercado funcionando a pleno rendimiento. El sujeto se expone a una proyección de imágenes de cuerpos imposibles que, además, le ofrecen el camino para llegar a ser como ellos. En ese camino solo se habla de procedimientos gimnásticos y nutricionales, no se vislumbra un camino alternativo basado en una mayor autoestima y valoración de los objetivos alcanzados. Bajo el pretexto de la salud (necesidad), se expone a los individuos a ideales estético imposibles (diferencia) y se oferta la solución a su (nuevo y, hasta ahora inexistente) problema. En ningún caso se habla de la incompatibilidad con la vida cotidiana, la necesidad de una genética improbable,etc. El procedimiento está ahí, a tu disposición, y si no lo consigues… ¿qué tal una ayudita?
Pero esta “inflación de los cuerpos” no creo que explique por si sola el fenómeno. Falta una ética que justifique la aceptación individual de esta lógica que nos propone el mercado de los cuerpos. Además, si la dificultad para llegar al objetivo fuera la razón principal del aumento en el consumo de anabolizantes, ¿no debería aumentar más en los individuos que tienen mayor dificultad natural para hipertrofiar? O dicho de otra manera, ¿por qué se doparían los que de forma natural hipertrofian más(5) y no se dopan los que ya no son capaces de hipertrofiar?. Todo el cuerpo social estaría empujado por el mercado y los más rezagados serían los adultos mayores de 30 años, que siguen en un mercado que ya no pueden satisfacer. En cambio, vemos que la pendiente es más resbaladiza para varones jóvenes orgullosos de su musculatura, ¿por qué aumentarla aun más dañando ese cuerpo que ha costado tanto tallar?. ¿Qué ética lleva al individuo más beneficiado y con más riesgos a tomar esa decisión? La información es clara y accesible, los jóvenes sufren un potencial de daños mayor que los hombres mayores, donde el consumo de anabolizantes sería, en muchos casos, una especie de suplementación o reposición de andrógenos. Esto es conocido por los jóvenes que deciden entrar en el mercado inflacionario del cuerpo y verse indefinidamente insatisfechos. Para que esta conducta se generalice es necesario disolver uno de los cortafuegos antes mencionados, la relación que había en el pasado entre cuerpos masivos y muertes prematuras. Esta idea ha ido desapareciendo para dejar paso a una industria de suplementación nutricional y mejora de rendimiento físico que oculta en su estructura un dopaje sistemático. Ahora el dopaje, supuestamente, está más perseguido en los deportes de alto rendimiento y los actores de Hollywood rara vez reconocen que usan anabolizantes. Con ello, la masa se ve capacitada para obtener dichos cuerpos de forma natural. Se transmite la idea de que, con pollito y arroz, esos cuerpos están a tiro de aquel que esté dispuesto a seguir, con férrea disciplina, la rutina publicitada por el/la actor/actriz de turno. La publicidad de métodos infalibles y suplementos milagrosos viene a sustituir la realidad de la potenciación farmacológica estructural, que ahí sigue. Difuminada esa frontera entre lo sano y lo dañino, el salto al vacío se percibe como un paso banal y el criterio de conveniencia tiene ahora campo abierto. La prohibición deontológica caduca dejando paso a una supuesta decisión informada que toma un adulto libre. Cuando inicia la reflexión de este balance, el joven sano se ve exento de consecuencias si su consumo es “el normal”. Se entiende potenciado, no dopado. El riesgo no aparece en la ecuación. La ayudita, según este enfoque profundamente sesgado, solo acorta el camino y no daña su cuerpo. En tal caso dañará el de su “yo futuro” y eso será en un grado difícilmente predecible para él ahora, que es cuando toma la decisión(6). El algoritmo le muestra el simulacro que confirma sus prejuicios: que mucha gente lo hace, que ya no es como antes, que ahora son ciclos más cortos, que jugadores famosos se someten a procesos similares(7) y que ahora los fármacos son de mejor calidad. Toda esta desinformación es usada para hacer un cálculo de beneficio-riesgo, si podemos llamar así a un proceso basado en criterios falaces. En el momento en el que cayó el imperativo deontológico basado en el juicio de “los anabolizantes matan”, se abrió la puerta al cálculo utilitario. La desaparición de esta frontera objetiva obliga a que cada uno sea responsable de su decisión y, aquí, el libre albedrío vuelve a hacer ostensibles sus cadenas. El espíritu de “tienes derecho a ser lo que quieras” o “es tu cuerpo, tu decides” muestra aquí su cara amarga. Me cuesta mucho ver siquiera una sombra de autonomía en la decisión de tratar farmacológicamente un cuerpo sano, aun más cuando su única intención es alcanzar un ideal estético inalcanzable basado en la continua comparación y competición por alcanzar la diferencia. Entiendo que el galgo persigue la liebre mecánica con toda su intención pero… ¿qué decisión tomaría si supiera que la liebre ha sido creada para no ser alcanzable ni comestible?
Creo que este desarrollo consigue responder satisfactoriamente mi pregunta inicial. Si bien cada uno de los procesos mencionados podrían ser desarrollados de forma más diligente y profunda, este ensayo no tiene más intención que esbozar la economía del culto al cuerpo y su relación con una ética utilitarista basada en la conveniencia en sus estratos más superficiales. Dejaré a otros, seguramente más capaces, el explicar pormenorizadamente cómo la lógica de la diferenciación, la intercomunicación potenciada por algoritmos y la pérdida de fronteras deontológicas son factores suficientes para empujar a un sujeto sano a manipular su bioquímica, consciente del daño potencial y, en muchos casos factual, que ello supone.
“Y es que tu sola presencia física bastaba para anonadarme. (…) Yo flaco, débil, poca cosa; tu fuerte, grande, ancho. Yo ni siquiera necesitaba salir de la caseta para sentirme un guiñapo, y no solo a tus ojos, sino a los del mundo entero, pues tú eras para mi la medida de todas las cosas”
Franz Kafka, “Carta al padre” 1919
Notas al pié:
1.Nadie esperaba que Stallone o Schwarzenegger llegaran a pasar los 60 años.
2.En muchos casos científica y honesta como ninguna otra. Sería equivalente a un yonki que te dice que no te drogues pero, a mayores, te saca varios papers de Pubmed con resultados p<0.05 para apoyar su consejo.
3.La diferenciación se sustenta en la escasez del objeto diferencial. La lógica de necesidad, en cambio, siempre está sujeta a un objeto con disponibilidad suficiente en el medio. Si desaparece el oxígeno, agua o alimento, la sociedad desaparecería o se contraería hasta su equilibrio. En cambio, el valor social de un objeto diferencial depende de que no haya nunca suficiente y que la sociedad nunca se equilibre conforme a su cantidad. Si se diera el caso en el que hubiera suficiente para todos, su valor diferencial pasaría a ser nulo. ¿Nos sucede lo mismo con los alimentos en el primer mundo? Analizar el auge de las experiencias gastronómicas, desde este enfoque, merece otro ensayo.
4.Me gustaría saber si el cuerpo del culturista de hoy será el que no llegue dentro de un par de siglos. Si tengo que apostar diría que hemos llegado ya al límite… pero supongo que Ramón y Cajal pensaba lo mismo de los cuerpos trabajados de su época.
5.Y , por tanto, llegan mayor número de individuos a estados físicos cercanos al ideal y de una forma natural. Otro factor relevante es que los jóvenes actualmente disponen de menos cargas familiares, dejando más tiempo libre para aumentar la eficacia de sus entrenamientos. Todas estas ventajas se perciben como insuficientes para lograr el objetivo.
6.Ver película “La sustancia” Coralie Fargeat 2024
7.Encubriendo o enmascarando, una vez más, el proceso real y la genética necesaria para llegar a esos cambios físicos.
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